10/1/11

DeBt

Tal vez hoy vuelva al Salvador de tantos años atrás: aquel que tanto y que tan estúpidamente creía jugar con las palabras mientras alguien lo miraba extrañado. Quizá esté regresando ahora mismo a aquellos momentos de ese tonto cuento que alguna vez alguien respondió creyendo ser Soledad y, por esas vueltas de la vida, terminó siéndolo (de modo anacrónico, por supuesto).
Como decía, ese extraño retorno me lleva al acto pueril de lo lúdico, de lo abstracto del juego con las palabras. Porque el título no es casualidad, tu nombre tampoco. La deuda. Es la deuda, sí. Hace años tendría que haber escrito esto, pero otra vez me caí afuera del tiempo. La deuda es con vos, con tu voz, con el tiempo mismo.
Busqué la pureza que lleva consigo el olvido -ese estado estéril de las cosas y los recuerdos- para poder escribirte siendo YO. Sin embargo, no logré alcanzar ese estado. Algo que urgía ordenó que estas palabras sean escritas ahora mismo, aunque lo haga a través de otras manos. Aunque mire a través de otros ojos. Aunque cuando piense en tu cara vea otra cara, e imagine otras cosas que vos nunca harías o dirías. Por eso merecés una disculpa de antemano. Por no ser YO quien redacte. O por ser YO quien lo haga, pero desde otros dedos, desde otras ideas.
Te preguntaría qué formas creés que el amor puede tomar. Y vos me mirarías, me sonreirías, me acariciarías el pelo y me dirías -qué importa, tontito, que importa. Acordate de la flor amarilla-.
Y esa sería vos. La de sonrisa transparente, los ojos grandotes y la voz dulce.