19/5/20

Coloquial-mente (Another bottle, the second one, perhaps)

Ayer dibujé unas nubes y te esperé sentado en el umbral del día,
esperando que tu viento verde te trajera y respondieras mi mensaje.

Te esperé una hora, dos o tres, hasta que el reloj dijo basta

Hace rato no andás por acá,
y se te extraña, loco.
Creeme que se te extraña mucho.

21/12/15

Feria Judicial

Muchas veces me pregunté qué cosa era eso de la "feria" judicial.
Como tantas otras veces (casi siempre), la pregunta no era para llegar a una respuesta rápida y directa, sino para pensar, meditar, reflexionar. Y en esa reflexión (casi siempre (valga la redundancia (sólo para meter un paréntesis adentro de otro (por pura maña literaria))) embebida en los caminos de la más absoluta estupidez) llegué a creer que la "feria" era un lugar con puestitos andrajosos ubicados, por ejemplo, en El Bolsón, al que iban en verano los jueces corruptos y los abogados inescrupulosos que, cansados de embaucar personas y de portar sus trajes de cartón almidonado, se hacían hippies por un tiempo e iban a vender sus artesanías.

25/11/15

Una de mercenarios (Regalo adelantado de cumpleaños (discurrencias sin sentido))

Escribo a pedido. ¡A pedido! Cual mercenario literario, claro que mucho más barato. Estos párrafos se pagan con un gracias, y te doy vuelto, mirá. Creo que fui empujado a volver a la hoja en blanco por una catarata de cariñosos elogios que tienen la subjetividad de una hermosa amistad a tantísimos kilómetros, y con tantas provincias en el medio. 

Sea como fuere (¿se escribe así?), resulta que ahora vengo siendo un escritor de la narrativa surrealista, de humor fino y por demás inteligente. Me da un poco de risa, de vergüenza (propia) y hasta llego a preguntarme si acá no hay una realidad paralela, una suerte de espejo que proyecte las imágenes distorsionadas mucho más allá de donde debería, y las imagénes y las cosas y las personas y las letras y todotodotodo no termine siendo esa cosa amorfa que se define con la fé de quien quiera ver lo que tiene ganas (sin comas ni nada, porque debe leerse rapidito; (no hay que detenerse en lo efímero (y otra vez los paréntesis (que tantas veces me salvaron)de tantas cosas))).
Hace poco escribí algo sobre los hilos del tiempo. Pero me enojé y lo borré. Así ando. Ni la tristeza ni el enojo ni la indignación me mueven a recorrer estos caminos de páginas con el cosito que titila esperando impaciente a que el tipo (yo) se digne a escribir algo (casi siempre en forma de escupida (o vómito)). 
Pero tantas veces ví titilar el cosito que espera que yo escriba que ya me estaba dando miedo tener tanto miedo que la tristeza se pasaba (o se callaba la boca un rato) sin dejar un rastro de nada.

Quizá alguien se pregunte sobre la coherencia de este texto. A esos les digo que. Soy uno que anda, como dice la gente, con la narrativa surrealista y mal escrita a cuestas. Así que no me interesa.

Por otro lado (o por este), me parece que no tengo mucho más que decir. Así que meto este papel en una botella  y lo tiro al océano que nos separa esperando que llegue justito para el día del saludo final.





10/9/15

Martincito

Espera inquieto. Faltan apenas unos minutos que parecen horas. Acaricia al perro, mira el reloj sin entenderlo demasiado. Camina por el pasillo. Le pregunta a Doña Ana si ya es la hora. Ella lo mira y sonríe. Piensa en la inocencia de Martincito, en cómo espera la hora de ir a jugar, de correr, de hacerse dueño de la calle.
Doña Ana fuma y toma mates a la sombra de una parra. Mira retazos del cielo que se escurre entre algunas uvas incipientes. Su mirada es cálida, brillante y profunda. Siempre está sonriendo, hasta cuando todos la saben triste.
Ella anuncia la hora, y Martincito corre veloz a través del pasillo, y gana la vereda. Por la esquina viene caminando el Chulo, ese personaje flaco y de expresión siniestra, pero que tan bien le da de zurda. Martincito mira sus zapatillas de lona viejas, se agacha. Las ve más de cerca. Nota cuán sucios están los cordones, y comienza a soñar.
Martincito tenía sueños de nene, era un nene. Sólo quería gambetear al gordo fulero y ser el héroe del campito de la esquina. Una vez. Y nada más.

29/7/13

Aroma

El domingo pasado, todos vieron, hizo un frío horrible. Al menos horrible para muchos de los que vivimos en la zona central de este país al sur de todas las cosas.
En mi casa tengo, les cuento, problemas de calefacción. Es fácil de imaginar: venís de un frío horrendo, y te metés adentro era una heladera. No te podías sacar la campera para entrar, sino más bien, todo lo contrario, que sería ponerse otra. Llegué tipo cinco de la tarde, después de un chaparrón importante. Venía con una bolsa de leña, tampoco me iba a resignar a morir congelado.
Me bajé del auto, abrí la puerta del costado. La blanca de chapa. Porque la otra casi no la uso. Como dije antes, me disponía a entrar a mi helado hogar, y me pasó algo particular: además del frío que sentí al abrir (un frío que me dio de lleno en la cara, como una cachetada de mi viejo por alguna de las que me mandaba otrora) había otra cosa. Había un olor. Un olor que me dejó paralizado en el umbral. Dudé unos segundos que bien podrían haber sido minutos u horas, pero no entré. Me quedé mirando, percibiendo ¿Qué había de raro? ¿Me confundí de casa? Evidentemente, no. Estaba el cuadro de Klimt. Estaba el sillón, estaba la guitarra, estaba el desorden típico de la cocina y estaban los libros en la biblioteca del fondo, también desordenados. Quise mover una pierna, pero no pude. Intenté girar mi cabeza, pero fue en vano. Mi mano derecha seguía sosteniendo la bolsa de leña, pero me dí cuenta que no tenía noción del peso, ni sentía el tirón de la bolsa de nylon en los dedos.
Aunque no tenía control sobre mi cuerpo, percibía mi entorno claramente. Hasta que empezaron los mareos, claro. El olor… ¿Qué era? ¿Pérdida de gas? Imposible. No era gas.
Hasta que me dí cuenta: era un aroma a cosas olvidadas. Un aroma a un pasado inexorablemente perdido en el mar de los recuerdos. Un olor a casa nueva, con materiales nuevos, con mesada nueva, con libros nuevos. Eso era. El olor a la casa recién construida. Entonces las náuseas fueron violentas. Dudé. Pero no dudé de donde estaba. Dudé del tiempo en el que vivía. Entonces comprendí mejor. El olor era un olor a ausencia. A una ausencia tan fuerte capaz de volver el tiempo atrás, hacer semillas las plantas, dejar como nueva mi gastada guitarra; una ausencia que no era ni más ni menos que la mía: estaba lejos de mí, lejos de mi casa, lejos de mis cosas. Fue lo último que pude pensar o comprender.

24/7/13

Algunos Pensamientos Desordenados II

El tipo lleva un libro abajo del brazo. Abajo del brazo, pero adentro del sobretodo. En el bolsillo interior, digamos. Hace frío y la llovizna le da lleno en la cara porque el viento.
Mientras camina buscando algún lugar donde meterse, piensa. Piensa en el libro que guarda dentro de su abrigo. Piensa que le quedan pocas hojas para terminarlo, y se pregunta si hoy es el día indicado para ese final. Para esa pequeña muerte. Porque él piensa que llegar al final de un libro es como una muerte pequeña. Una despedida de los personajes, los lugares, los olores, las sensaciones que lo acompañaron a lo largo de las páginas. Piensa que hoy no es buen día para esa despedida. Piensa que aunque pueda volver a su biblioteca y repasar sus hojas, nunca volverán juntos a recorrer el camino de la primera vez. Piensa que volver a las hojas es como recordar. Como recordar a un amigo que no está, a un padre que se fue, a un amor hoy ausente. Porque en esas ausencias, él también ve pequeñas muertes como la de terminar de leer un libro. Y vuelve a pensar de cuántas pequeñas muertes está llena su vida. Y mientras piensa en todo eso con la cara húmeda, encuentra un bar, entra, se sienta, pide un café con leche. Pone el libro sobre la mesa, lo mira. Y así se queda hasta que su taza ya no echa humo.

3/1/13

Viste que hay gente...

Seguro que la viste. Porque es raro escucharla.

Viste que hay gente que te habla sin decir
te alienta sin arengas
te acaricia sin tocarte

Viste que hay gente que no habla
pero dice todo en un gesto, una mirada
que te cura la tristeza hasta cuando te conversa
de lo nublado que está
o del golazo del nueve de tal equipo.

Viste que hay gente que hace magia
porque está sin estar
porque te tira una mano a pesar de su aparente ausencia
porque te alegra el día con sólo recordarla.

Viste. Viste vos. Esa es la gente que me gusta.

6/12/12

Tipografía.

Solía aterrarlo su trabajo. Más bien, los instantes previos al trabajo. Desenfundar la máquina, dejarla sobre la mesa, acomodar el papel, preparar los dedos mientras la incertidumbre se apoderaba de él. No importaba si simplemente iba a transcribir algo dictado, o si la creación iba a ser suya. Esos instantes previos a la escritura  los vivía con una tensión extraña: un cosquilleo en la punta de los dedos de las manos (como si ellos supieran y se prepararan para lo que estaba por venir), un vacío en el estómago y un dulce y leve mareo. Algunas veces estas sensaciones lo paralizaban y elegía irse a caminar. Era como si fueran el presagio de algo terrible que no podía descubrirse sino hasta ser escrito, momento en el que sería muy tarde para cambiar el implacable transcurrir de las cosas. Temía encontrar en sus escritos alguna revelación terrible. 
Todas estas sensaciones se esfumaban apenas escribía la primer oración. Olvidaba todo aquello fácilmente cuando los dedos comenzaban a teclear con la fuerza necesaria.

Cierto día recibió una carta bastante extraña, en la que se leía:

Estimado Sr. Tipógrafo:
                                  Sírvase de estar preparado el próximo día de lluvia. Un coche lo recogerá y lo trasladará a ciertas dependencias, en las que esperará instrucciones. 

Nadie firmaba. 

Por algún motivo, no se inquietó por el mensaje. Se limitó a guardar su máquina de escribir, a reunir hojas en blanco. Lustró sus zapatos, preparó su traje viejo a rayas y raído por el paso de tantos años. Y esperó. Esperó la lluvia. Pasaron horas, días, semanas. Sólo esperaba. Apenas comía o tomaba té. En esos días, apenas dormía. Estaba atento al cielo. No escribía, no leía, no salía. Sólo esperaba y miraba por la única ventana de su cuarto pequeño.
Exactamente veinte días después de recibida la carta, notó que el cielo se cerraba. Sabía que esa misma noche sucedería. 
Dos horas más tarde, un claxon sonaba en la puerta de su casa. Miró por la ventana. Apenas vio los faroles. La lluvia era tan intensa que había oscurecido las calles (que sólo contaban con unos pobres faroles). Se vistió rápido, tomó su máquina, salió y subió a la parte trasera del coche. Observó el tapizado, y todos los detalles. El coche era extremadamente lujoso. Tenía un vidrio que separaba el asiento del conductor con la parte trasera, de modo que no podía ver quién conducía. Intentó preguntar donde se dirigían, y nadie contestó.
Algún tiempo después, el coche se detuvo. Seguía lloviendo. Comprendió que habían llegado. Se bajó y entró en una puerta apenas entornada que daba acceso a una habitación muy parecida a la suya, con una ventana, una mesa y una silla. La única diferencia, era que ese cuarto contaba con una puerta trasera.
Esperó. Al cabo de un tiempo que podrían haber sido horas o días, por esa puerta trasera entró una mujer de pelo negro y ojos extremadamente redondos y grises. Afuera seguía lloviendo. La mujer le dirigió una mirada a la máquina de escribir y él entendió que era hora de trabajar. No hubo excepción, y otra vez se encontró con esas sensaciones en los dedos, el estómago. También se había mareado. La mujer lo miraba prepararse con una expresión fría, solemne. Finalmente, habló. Secamente dijo -escriba- y comenzó a dictar:

- Se limitó a guardar su máquina de escribir, a reunir hojas en blanco. Lustró sus zapatos, preparó su traje viejo a rayas y raído por el paso de tantos años. Y esperó. Esperó la lluvia. Pasaron horas, días, semanas. Sólo esperaba. Apenas comía o tomaba té. En esos días, apenas dormía. Estaba atento al cielo. No escribía, no leía, no salía. Sólo esperaba y miraba por la única ventana de su cuarto pequeño.
Exactamente veinte días después de recibida la carta, notó que el cielo se cerraba. Sabía que esa misma noche sucedería. 
Dos horas más tarde, un claxon sonaba en la puerta de su casa. Miró por la ventana. Apenas vio los faroles. La lluvia era tan intensa que había oscurecido las calles (que sólo contaban con unos pobres faroles). Se vistió rápido, tomó su máquina, salió y subió a la parte trasera del coche. Observó el tapizado, y todos los detalles. El coche era extremadamente lujoso. Tenía un vidrio que separaba el asiento del conductor con la parte trasera, de modo que no podía ver quién conducía. Intentó preguntar donde se dirigían, y nadie contestó.
Algún tiempo después, el coche se detuvo. Seguía lloviendo. Comprendió que habían llegado. Se bajó y entró en una puerta apenas entornada que daba acceso a una habitación muy parecida a la suya, con una ventana, una mesa y una silla. La única diferencia, era que ese cuarto contaba con una puerta trasera.
Esperó. Al cabo de un tiempo que podrían haber sido horas o días, por esa puerta trasera entró una mujer de pelo negro y ojos extremadamente redondos y grises que sólo se limitó a decir: este es su último trabajo- 






16/11/12

Pensamientos Acuáticos

Venía pensando -mientras saco regularmente la cabeza para respirar- que el tiempo se encarga de juntar los cabos sueltos. No sé bien por qué, no sé como. Porque en general solía incomodarme la inacción, o la acción misma de esperar a que algo pase, o no esperar nada.
No tengo idea como mi cabeza llegó a esos pensamientos: quizá había sido parte de un sueño, o de algo que había pensado o recordado otro día. Quien sabe.
También venía pensando  que suelo recordar a la gente sin pensar en sus caras. Diría más bien que recuerdo gestos, olores, movimientos, maneras de pestañear. Ese proceso muchas veces me es ajeno e incosciente; pero cuando logro darme cuenta, me pregunto cómo es que me acuerdo de  Juan Carlos o de Mirta sin pensar en sus rostros.
Y por eso también me acordaba de cierta charla en una cena con alguien de quien ya me olvidé su cara: la conversación era aburridísima; la pizzería, horrible. Del resto de las personas, ni registro. Pero recuerdo a aquella persona hacer un gesto con el hombro, como levantando, y recuerdo que a partir de ahí, nada fue lo mismo. O sí. La charla siguió igual de aburrida, pero algo en la noche había cambiado, se había roto. Algún punto sensible del Universo había sido tocado por ese movimiento, y yo lo percibí.
Para sorpresa de los presentes, me levanté, me despedí y me fui -no sin antes dejar mi parte de lo que yo supuse deberíamos pagar posteriormente-. Hoy mismo me doy cuenta que repito ese gesto del hombro de aquella persona esa noche.
Y mi manera de recordar (empiezo a sospechar) tiene que ver lisa y llanamente, con apropiarme de movimientos ajenos.

Todo eso pensaba para no acordarme de los miles de metros que faltaban nadar con fiebre, con los hombros doliendo, con los brazos pesados y las piernas que no respondían.
Igual, terminé todo.

1/3/12

Lalito

La distancia y la ausencia son una de las tantas caras de la muerte; estar lejos y no estar, a su vez, son dos caras de la misma moneda. Será por eso que sentí que empezabas a morirte cuando me di cuenta que ya no me tocabas el timbre a las dos de la mañana para contarme que otra vez te habías ido de tu casa, que otra vez habías discutido con M., que otra vez tantas cosas que tus palabras no decían, pero se te adivinaban en los ojos.

Esas noches estaban ya dibujadas en un cuadro repetido: prendías un cigarrillo atrás del otro, yo miraba el piso o la mesa, hasta que alguno de nosotros se levantaba –siempre en silencio- y ponía la pava para que el mate amargo hiciera menos amarga la noche.

 Nunca decía yo la primera palabra, siempre te encargabas vos de romper el silencio y así meterte en un soliloquio para convencerte de algo que sabías que era imposible. Yo acompañaba con la mirada, casi nunca decía nada, hasta que mencionabas a Roger Waters y a aquel concierto al que no pudiste ir porque estabas internado… Así solíamos desembocar en la música; casi sin querer, o queriendo arrimarnos muy despacito a eso que nos juntaba allá en lo profundo y muy lejos de lo tangible.

Conversar sobre la guitarra del Carpo (y pensar que él te palmeó el lomo y te felicitó por la velocidad de tus dedos…), la voz de Freddie, las melodías de May, eran la excusa perfecta para desenfundar la “criollita” y probar nuestros propios sonidos (ahora que lo pienso, no había ninguna excusa. Las cosas ocurrían de un modo natural: la noche de insomnio, el timbre tan tarde, el silencio, el mate amargo, las palabras y luego unos acordes para que todo empezara a acomodarse otra vez ¿cómo iba a suceder si no era de esta forma?)

Mi último recuerdo es haberte dejado en una pensión con cien mangos en el bolsillo, y la amargura de saber que te estabas yendo, que te estabas yendo en serio. Que después de la pensión habría otros encierros y luego la partida inminente. Tiempo antes me lo habías dicho y no quise (o no pude) entenderlo: “Ya estoy jugado” fue la frase en una larga caminata y una corta charla.

Por eso no me soprendió la noticia, porque ya había entendido tu destino, porque supe, supe pero no quise ver, hasta que tuve que ver.

Aunque no pude darte un abrazo y despedirte, me queda saber que dondequiera que estés, ya descansás del infierno contra el cual luchaste tanto tiempo. Te saludo con esta carta que servirá para resucitar tu espíritu tantas veces como yo quiera, y con esa frase que tanto  nos gustaba decir:

QUISISTE QUEDARTE, PERO TE FUISTE.


HASTA SIEMPRE, LOCO. DESCANSÁ.


29/12/11

La simetría, siempre la simetría mal hecha. Tan mal hecha que ni de asimetría se puede hablar. Tendríamos que inventar una palabra nueva para describir la situación. Debería ser un híbrido para conjugar asimetría, injusticia, resignación, locura y muerte: elevarlo a la quinta y listo. Neologismo.
Y esa palabra sería la perfecta descripción del amor, de cualquiera de sus aristas desparejas; del lado donde se ama sin ser amado, y donde se es amado sin la correspondiente correspondencia. Y también están los términos medios, donde uno arriesga todas sus cartas, y el otro se guarda algo. Y así vamos, nunca dando en el blanco, pensando, creyendo y sosteniendo cada vez más que la soledad es el único camino. El único.

21/9/11

Última vez

El viejo se rasca la cabeza, mira hacia  arriba, luego hacia abajo; saca una mano del bolsillo y se la lleva al mentón. Mirándose la punta de los zapatos, abre la boca pero la cierra rápidamente, como arrepintiéndose o avergonzándose de lo que iba a decir. Por fin, (sin dejar de mirarse los zapatos) larga la primera frase.
Yo oigo solamente “mate”, y le pido que por favor repita. Hay algunos segundos de silencio. Aprovecho para dar una ojeada a la habitación: paredes blancas con manchas de humedad, poca luz, cortinas amarillentas,  Que nunca se sabe cuando te estás tomando el último mate con alguien, le escucho decir.

La entrevista estaba pautada para hablar algunas cuestiones de política actual; pero con este buen hombre nunca se sabe, y todo parece indicar que las cosas irán por otro lado.
Imagine usted –dice dirigiéndose a mí- que un día, por esas cosas de la vida, no ve más a la persona con la que ayer tomaba mates como si nada. No habría manera de saber que iba a ser la última vez, salvo que haya algunas cuestiones premeditadas.

- ¿Hablamos de muerte? – pregunté extrañado.

No necesariamente – respondió- Tampoco hablamos de asesinatos, de exilios, de escapes raudos. Simplemente imagine eso. Un buen día, la situación desaparece por algún motivo, o la otra persona se esfuma. Piénselo de otro modo: invita usted un amigo a comer un asado, y éste lo despacha con que se hizo vegetariano: luego de las bromas correspondientes, la incredulidad, las preguntas de rigor y por fin, la aceptación de la situación, uno piensa inevitablemente en el último asado que compartieron, las cosas de las que hablaron, cómo se rieron a carcajadas pensando en la joda que le hicieron al Negro Ramírez. Luego de ese recuerdo, sobrevendrá la angustia, el sabor amargo de saber que algo no volverá a ser. Acá no hubo muerte, no hubo exilios ¿Me entiende?

Antes que pueda yo responder, vuelve a su reflexión.

- ¿Cómo sabremos si estamos conversando por última vez? Claro que la muerte –disculpe que insista- puede tener una influencia en todo esto, y vaya si la tiene. Pero ahora me refiero a otras cosas. El hombre, según han dicho, habita en una estupidez sin límites. Sabiéndose mortal y nimio, actúa como dueño de una vida eterna ¿Acaso no le parece eso una estupidez? ¿Una hipocresía? ¿Cuándo nos preguntamos por los días últimos? ¿Por qué no tenemos a la mano Los Árboles para darnos cuenta donde estamos parados? ¿Qué nos hace creer que no habrá última vez, aunque no hablemos de muerte? Esa es la naturaleza del hombre. Esa es nuestra naturaleza. Pero no se alarme. También están los otros. Los que creen que se puede hacer algo. Los que piensan en disfrutar el mate como si fuera el último. Esos también están equivocados. En la primera esquina se olvidan de eso, y siguen como si nada ¡no se puede ir en contra de la naturaleza!...

Y esa fue la última palabra que escuché. El viejo se había puesto muy pesado.

Happy New Year

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.

Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.

¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.

Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.

Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.


Julio Cortázar

2/8/11

Perdiste

Perdió una excelente oportunidad para callarse la boca (para dejar sus sueños donde siempre estuvieron (del lado de adentro (siempre de adentro (porque al fin y al cabo ¿para qué sacarlos?(si siempre la persona equivocada ( los ojos o  los oídos de la persona equivocada (de esa persona que mira y escucha  sorprendida y no entiende lo que ve o lo que se está diciendo (suponiendo que a esta altura siga viendo y escuchando (y luego lo de siempre (el arrepentimiento de haber hablado (y la fase del dolor de cabeza (y correr a refugiarse en lo hondo de muchísimos paréntesis (y muchísimo silencio (y no menos lágrimas (para después volver a salir al mundo con la coraza más dura que antes (y como si nada hubiera ocurrido (y más gris, (y más sombrío (y solitario (que antes))))))))))))))))))))))))))))

14/7/11

Borro y empiezo por segunda vez. Quizá haya terceras o cuartas veces. En tales casos, ésta segunda nunca será vista: sí las demás subsiguientes. Pero puedo seguir un poco más, y quizá la segunda tenga mejor suerte que la primera que ya fue borrada, y aun mucha más suerte que la tercera o la cuarta que jamás fueron escritas. O quizá la suerte fue para las terceras o cuartas que nunca existieron, aunque les debe quedar la duda de cómo deber ser existir. En fin, el hecho es que borré y empecé de nuevo, porque antes había escrito algo que no me acuerdo, y ahora pienso que mejor no acordarme de eso que escribí, ni de tantas otras cosas que no escribí pero hice.
Hoy me trajo por acá el paradójico desgano de no hacer nada pero. Sucedió que lo visité a CapoCósmico, y le leí algunas cosas tan tan tan puras, que me dieron ganas de calzarme las zapatillas de lona, la remera de He-Man y salir a caminar por la calle a morirme de frío y quizá escribir en algún papelito alguna idea tonta; alguna idea que al principio pueda parecerme genial, pero con el correr del tiempo otros pareceres se apoderan de mí y entonces acá el de las buenas ideas es Cortázar y así abandono mis ideas y me voy a las suyas, más cálidas y.
Pero antes de todo eso -venía diciendo--venía escribiendo-- que me crucé con Leo, ese primo que me copió el apellido y que cosas tan raras dibuja y escribe, y aun antes de eso me crucé con un hermano que anunciaba  su felicidad por la llegada de otro hermano lejano, al tiempo que yo pensaba en el ohotro hermano y también se me ocurriría decirme, la pucha cuántos que somos, y que yo también estaba contento. Y casi junto con todo eso, digo, decía, que despelote me hice con los verbos, si me viera mi "seño" de Lengua qué diría, también suponiendo que ella pudiera decir algo en el caso que siguiera viva.

30/5/11

Creo que ya ha corrido mucho puente debajo del agua. Tanto dar vuelta la cosa, no se termina sabiendo cuál es el derecho y cuál es el revés. Entonces el resultado es más que claro. Lo que primero fue confusión y contrariedad, transmuta en una forma cómoda, cálida y acogedora. Y ahí dan ganas de descansar, tirarse una siesta y dejar que los pensamientos se acumulen donde quieran. Al final (o al principio) la única trinchera que nos pone a resguardo de ellos son nuestros sueños. Mejor dicho, el sueño. Cuando dormimos, estamos a salvo de las cuentas, de los divorcios, de los amores no correspondidos, del pasado que pudo ser y no fue porque Carlitos pateó mal el córner. Se me dirá que durmiendo aparecen los sueños (ahora sí), esa extraña forma de pensar sin pensar. Pero no. Los sueños no son pensamientos. Son otra cosa más amistosa que nos abandona apenas nos despertamos. Entonces... Si los pensamientos nos abandondan cuando dormimos, también deben ser la forma amistosa de algo mucho más terrible.

30/3/11

algO sin puntos comas ni nada interesante

Primer acto
Sol Tarde de otoño apenas pasado el mediodía
Mariano se procura los primeros acordes de una zamba Santiago mira espera pacientemente Los rodea un silencio con gusto a pasto recién cortado

Segundo Acto
Mariano Si Menor- La Mayor- Si Menor otra vez La apertura de la boca para largar la primer frase se interrumpe por el timbre de un teléfono Santiago atiende Ofuscado Con pocas ganas Con más ganas de decir no jodan que otra cosa Pero atiende igual Cinco segundo corta Se queda serio Acaso triste
Quién era pregunta Mariano Un recuerdo responde Santiago mientras gira ciento setenta y ocho grados y mira el horizonte y piensa algo que no puede poner en palabras

Tercer acto
Santiago vuelve a la posición inicial se sorprende busca a Mariano pero no lo ve no lo encuentra se confunde y otra vez piensa

Cuarto acto
Mariano no está
También se convirtió en recuerdo
Tan rápido

28/3/11

Pregunta

Si un café puede ser descafeinado, una galletita ¿Puede ser desgalletitada?

Pa´ vos, Cachetada

16/3/11

Chau loco, andá con cuidado.

(con cuidado de no volver)

11/2/11

Friday. One Day. Some day

En la perfecta simetría de la realidad. De las palabras. De las palabras sin implicancias, de las palabras gratis. De esas que se lleva el viento y a nadie le importan. De esas que.
Una flor amarilla sería necesaria para condensar el estúpido absoluto, la conjunción inexorable de las cosas. Pero en cambio, hay palabras inconducentes, inexactas. Incoherentes con su insana práctica en la estúpida simetríade la realidad.
En tu vereda está la filosofía de lo imposible. O de lo que fue posible en otra época pero. Y de este lado, las manos vacías. Pero también pero.

10/1/11

DeBt

Tal vez hoy vuelva al Salvador de tantos años atrás: aquel que tanto y que tan estúpidamente creía jugar con las palabras mientras alguien lo miraba extrañado. Quizá esté regresando ahora mismo a aquellos momentos de ese tonto cuento que alguna vez alguien respondió creyendo ser Soledad y, por esas vueltas de la vida, terminó siéndolo (de modo anacrónico, por supuesto).
Como decía, ese extraño retorno me lleva al acto pueril de lo lúdico, de lo abstracto del juego con las palabras. Porque el título no es casualidad, tu nombre tampoco. La deuda. Es la deuda, sí. Hace años tendría que haber escrito esto, pero otra vez me caí afuera del tiempo. La deuda es con vos, con tu voz, con el tiempo mismo.
Busqué la pureza que lleva consigo el olvido -ese estado estéril de las cosas y los recuerdos- para poder escribirte siendo YO. Sin embargo, no logré alcanzar ese estado. Algo que urgía ordenó que estas palabras sean escritas ahora mismo, aunque lo haga a través de otras manos. Aunque mire a través de otros ojos. Aunque cuando piense en tu cara vea otra cara, e imagine otras cosas que vos nunca harías o dirías. Por eso merecés una disculpa de antemano. Por no ser YO quien redacte. O por ser YO quien lo haga, pero desde otros dedos, desde otras ideas.
Te preguntaría qué formas creés que el amor puede tomar. Y vos me mirarías, me sonreirías, me acariciarías el pelo y me dirías -qué importa, tontito, que importa. Acordate de la flor amarilla-.
Y esa sería vos. La de sonrisa transparente, los ojos grandotes y la voz dulce.