21/12/15

Feria Judicial

Muchas veces me pregunté qué cosa era eso de la "feria" judicial.
Como tantas otras veces (casi siempre), la pregunta no era para llegar a una respuesta rápida y directa, sino para pensar, meditar, reflexionar. Y en esa reflexión (casi siempre (valga la redundancia (sólo para meter un paréntesis adentro de otro (por pura maña literaria))) embebida en los caminos de la más absoluta estupidez) llegué a creer que la "feria" era un lugar con puestitos andrajosos ubicados, por ejemplo, en El Bolsón, al que iban en verano los jueces corruptos y los abogados inescrupulosos que, cansados de embaucar personas y de portar sus trajes de cartón almidonado, se hacían hippies por un tiempo e iban a vender sus artesanías.

25/11/15

Una de mercenarios (Regalo adelantado de cumpleaños (discurrencias sin sentido))

Escribo a pedido. ¡A pedido! Cual mercenario literario, claro que mucho más barato. Estos párrafos se pagan con un gracias, y te doy vuelto, mirá. Creo que fui empujado a volver a la hoja en blanco por una catarata de cariñosos elogios que tienen la subjetividad de una hermosa amistad a tantísimos kilómetros, y con tantas provincias en el medio. 

Sea como fuere (¿se escribe así?), resulta que ahora vengo siendo un escritor de la narrativa surrealista, de humor fino y por demás inteligente. Me da un poco de risa, de vergüenza (propia) y hasta llego a preguntarme si acá no hay una realidad paralela, una suerte de espejo que proyecte las imágenes distorsionadas mucho más allá de donde debería, y las imagénes y las cosas y las personas y las letras y todotodotodo no termine siendo esa cosa amorfa que se define con la fé de quien quiera ver lo que tiene ganas (sin comas ni nada, porque debe leerse rapidito; (no hay que detenerse en lo efímero (y otra vez los paréntesis (que tantas veces me salvaron)de tantas cosas))).
Hace poco escribí algo sobre los hilos del tiempo. Pero me enojé y lo borré. Así ando. Ni la tristeza ni el enojo ni la indignación me mueven a recorrer estos caminos de páginas con el cosito que titila esperando impaciente a que el tipo (yo) se digne a escribir algo (casi siempre en forma de escupida (o vómito)). 
Pero tantas veces ví titilar el cosito que espera que yo escriba que ya me estaba dando miedo tener tanto miedo que la tristeza se pasaba (o se callaba la boca un rato) sin dejar un rastro de nada.

Quizá alguien se pregunte sobre la coherencia de este texto. A esos les digo que. Soy uno que anda, como dice la gente, con la narrativa surrealista y mal escrita a cuestas. Así que no me interesa.

Por otro lado (o por este), me parece que no tengo mucho más que decir. Así que meto este papel en una botella  y lo tiro al océano que nos separa esperando que llegue justito para el día del saludo final.





10/9/15

Martincito

Espera inquieto. Faltan apenas unos minutos que parecen horas. Acaricia al perro, mira el reloj sin entenderlo demasiado. Camina por el pasillo. Le pregunta a Doña Ana si ya es la hora. Ella lo mira y sonríe. Piensa en la inocencia de Martincito, en cómo espera la hora de ir a jugar, de correr, de hacerse dueño de la calle.
Doña Ana fuma y toma mates a la sombra de una parra. Mira retazos del cielo que se escurre entre algunas uvas incipientes. Su mirada es cálida, brillante y profunda. Siempre está sonriendo, hasta cuando todos la saben triste.
Ella anuncia la hora, y Martincito corre veloz a través del pasillo, y gana la vereda. Por la esquina viene caminando el Chulo, ese personaje flaco y de expresión siniestra, pero que tan bien le da de zurda. Martincito mira sus zapatillas de lona viejas, se agacha. Las ve más de cerca. Nota cuán sucios están los cordones, y comienza a soñar.
Martincito tenía sueños de nene, era un nene. Sólo quería gambetear al gordo fulero y ser el héroe del campito de la esquina. Una vez. Y nada más.