21/9/11

Última vez

El viejo se rasca la cabeza, mira hacia  arriba, luego hacia abajo; saca una mano del bolsillo y se la lleva al mentón. Mirándose la punta de los zapatos, abre la boca pero la cierra rápidamente, como arrepintiéndose o avergonzándose de lo que iba a decir. Por fin, (sin dejar de mirarse los zapatos) larga la primera frase.
Yo oigo solamente “mate”, y le pido que por favor repita. Hay algunos segundos de silencio. Aprovecho para dar una ojeada a la habitación: paredes blancas con manchas de humedad, poca luz, cortinas amarillentas,  Que nunca se sabe cuando te estás tomando el último mate con alguien, le escucho decir.

La entrevista estaba pautada para hablar algunas cuestiones de política actual; pero con este buen hombre nunca se sabe, y todo parece indicar que las cosas irán por otro lado.
Imagine usted –dice dirigiéndose a mí- que un día, por esas cosas de la vida, no ve más a la persona con la que ayer tomaba mates como si nada. No habría manera de saber que iba a ser la última vez, salvo que haya algunas cuestiones premeditadas.

- ¿Hablamos de muerte? – pregunté extrañado.

No necesariamente – respondió- Tampoco hablamos de asesinatos, de exilios, de escapes raudos. Simplemente imagine eso. Un buen día, la situación desaparece por algún motivo, o la otra persona se esfuma. Piénselo de otro modo: invita usted un amigo a comer un asado, y éste lo despacha con que se hizo vegetariano: luego de las bromas correspondientes, la incredulidad, las preguntas de rigor y por fin, la aceptación de la situación, uno piensa inevitablemente en el último asado que compartieron, las cosas de las que hablaron, cómo se rieron a carcajadas pensando en la joda que le hicieron al Negro Ramírez. Luego de ese recuerdo, sobrevendrá la angustia, el sabor amargo de saber que algo no volverá a ser. Acá no hubo muerte, no hubo exilios ¿Me entiende?

Antes que pueda yo responder, vuelve a su reflexión.

- ¿Cómo sabremos si estamos conversando por última vez? Claro que la muerte –disculpe que insista- puede tener una influencia en todo esto, y vaya si la tiene. Pero ahora me refiero a otras cosas. El hombre, según han dicho, habita en una estupidez sin límites. Sabiéndose mortal y nimio, actúa como dueño de una vida eterna ¿Acaso no le parece eso una estupidez? ¿Una hipocresía? ¿Cuándo nos preguntamos por los días últimos? ¿Por qué no tenemos a la mano Los Árboles para darnos cuenta donde estamos parados? ¿Qué nos hace creer que no habrá última vez, aunque no hablemos de muerte? Esa es la naturaleza del hombre. Esa es nuestra naturaleza. Pero no se alarme. También están los otros. Los que creen que se puede hacer algo. Los que piensan en disfrutar el mate como si fuera el último. Esos también están equivocados. En la primera esquina se olvidan de eso, y siguen como si nada ¡no se puede ir en contra de la naturaleza!...

Y esa fue la última palabra que escuché. El viejo se había puesto muy pesado.

Happy New Year

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.

Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.

¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.

Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.

Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.


Julio Cortázar