30/5/11

Creo que ya ha corrido mucho puente debajo del agua. Tanto dar vuelta la cosa, no se termina sabiendo cuál es el derecho y cuál es el revés. Entonces el resultado es más que claro. Lo que primero fue confusión y contrariedad, transmuta en una forma cómoda, cálida y acogedora. Y ahí dan ganas de descansar, tirarse una siesta y dejar que los pensamientos se acumulen donde quieran. Al final (o al principio) la única trinchera que nos pone a resguardo de ellos son nuestros sueños. Mejor dicho, el sueño. Cuando dormimos, estamos a salvo de las cuentas, de los divorcios, de los amores no correspondidos, del pasado que pudo ser y no fue porque Carlitos pateó mal el córner. Se me dirá que durmiendo aparecen los sueños (ahora sí), esa extraña forma de pensar sin pensar. Pero no. Los sueños no son pensamientos. Son otra cosa más amistosa que nos abandona apenas nos despertamos. Entonces... Si los pensamientos nos abandondan cuando dormimos, también deben ser la forma amistosa de algo mucho más terrible.