10/9/15

Martincito

Espera inquieto. Faltan apenas unos minutos que parecen horas. Acaricia al perro, mira el reloj sin entenderlo demasiado. Camina por el pasillo. Le pregunta a Doña Ana si ya es la hora. Ella lo mira y sonríe. Piensa en la inocencia de Martincito, en cómo espera la hora de ir a jugar, de correr, de hacerse dueño de la calle.
Doña Ana fuma y toma mates a la sombra de una parra. Mira retazos del cielo que se escurre entre algunas uvas incipientes. Su mirada es cálida, brillante y profunda. Siempre está sonriendo, hasta cuando todos la saben triste.
Ella anuncia la hora, y Martincito corre veloz a través del pasillo, y gana la vereda. Por la esquina viene caminando el Chulo, ese personaje flaco y de expresión siniestra, pero que tan bien le da de zurda. Martincito mira sus zapatillas de lona viejas, se agacha. Las ve más de cerca. Nota cuán sucios están los cordones, y comienza a soñar.
Martincito tenía sueños de nene, era un nene. Sólo quería gambetear al gordo fulero y ser el héroe del campito de la esquina. Una vez. Y nada más.

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