1/3/12

Lalito

La distancia y la ausencia son una de las tantas caras de la muerte; estar lejos y no estar, a su vez, son dos caras de la misma moneda. Será por eso que sentí que empezabas a morirte cuando me di cuenta que ya no me tocabas el timbre a las dos de la mañana para contarme que otra vez te habías ido de tu casa, que otra vez habías discutido con M., que otra vez tantas cosas que tus palabras no decían, pero se te adivinaban en los ojos.

Esas noches estaban ya dibujadas en un cuadro repetido: prendías un cigarrillo atrás del otro, yo miraba el piso o la mesa, hasta que alguno de nosotros se levantaba –siempre en silencio- y ponía la pava para que el mate amargo hiciera menos amarga la noche.

 Nunca decía yo la primera palabra, siempre te encargabas vos de romper el silencio y así meterte en un soliloquio para convencerte de algo que sabías que era imposible. Yo acompañaba con la mirada, casi nunca decía nada, hasta que mencionabas a Roger Waters y a aquel concierto al que no pudiste ir porque estabas internado… Así solíamos desembocar en la música; casi sin querer, o queriendo arrimarnos muy despacito a eso que nos juntaba allá en lo profundo y muy lejos de lo tangible.

Conversar sobre la guitarra del Carpo (y pensar que él te palmeó el lomo y te felicitó por la velocidad de tus dedos…), la voz de Freddie, las melodías de May, eran la excusa perfecta para desenfundar la “criollita” y probar nuestros propios sonidos (ahora que lo pienso, no había ninguna excusa. Las cosas ocurrían de un modo natural: la noche de insomnio, el timbre tan tarde, el silencio, el mate amargo, las palabras y luego unos acordes para que todo empezara a acomodarse otra vez ¿cómo iba a suceder si no era de esta forma?)

Mi último recuerdo es haberte dejado en una pensión con cien mangos en el bolsillo, y la amargura de saber que te estabas yendo, que te estabas yendo en serio. Que después de la pensión habría otros encierros y luego la partida inminente. Tiempo antes me lo habías dicho y no quise (o no pude) entenderlo: “Ya estoy jugado” fue la frase en una larga caminata y una corta charla.

Por eso no me soprendió la noticia, porque ya había entendido tu destino, porque supe, supe pero no quise ver, hasta que tuve que ver.

Aunque no pude darte un abrazo y despedirte, me queda saber que dondequiera que estés, ya descansás del infierno contra el cual luchaste tanto tiempo. Te saludo con esta carta que servirá para resucitar tu espíritu tantas veces como yo quiera, y con esa frase que tanto  nos gustaba decir:

QUISISTE QUEDARTE, PERO TE FUISTE.


HASTA SIEMPRE, LOCO. DESCANSÁ.


No hay comentarios.:

Publicar un comentario